Muchos católicos jóvenes sienten que les ha sido negada una herencia que justo era suya. Han tenido que reensamblar algo que se les debió haber entregado intacto.
Por Matthew Schmitz. CATHOLIC HERALD. Una Voce BAJA. 13 de agosto de 2019.
Muchos católicos jóvenes sienten que se les ha negado su herencia. ¿A dónde van desde este punto?
En un discurso a los liturgistas italianos en agosto de 2017, el papa Francisco dio la impresión de grabar en piedra los cambios litúrgicos que llegaron en la época del Concilio Vaticano II. “Después de este magisterio, después de esta larga jornada”, dijo, “podemos afirmar con certeza y autoridad magisterial que la reforma litúrgica es irreversible”. Comentaristas liberales celebraron sus comentarios como un soplo de aliento a “el resurgimiento de un cierto neo clericalismo con su formalismo”, y se regocijaron de que el “movimiento restauracionista en la liturgia esté siendo revertido”.
Los liberales tienen razón en alegrarse: el Papa Francisco ha mostrado que es afín a su deseo de una liturgia que se sienta más como una comida comunitaria que un viejo sacrificio. Pero, ¿la declaración de Francisco significa que después de milenios de desarrollo la evolución litúrgica ha llegado a un estado final y ahora debemos detenernos? En una palabra, no. Uno podría declarar magisterialmente también que la leche derramada puede devolverse al envase, o definir dogmáticamente que Zanco Panco[1] no puede ser re ensamblado, al igual que proclamar que la reforma litúrgica es irreversible. Es como declarar de manera soberbia que uno no puede deshacer un error grave. La observación es incontestable, incluso si la vergüenza sería preferible a jactarse. La cuestión no es si podemos deshacer equivocaciones pasadas, sino más bien cómo arreglar el desorden.
Las observaciones del Papa Francisco son sin embargo otra señal de ansiedad sobre la dirección tradicional en la que los católicos jóvenes están llevando la Iglesia. Hemos visto esto antes, en las historias que él cuenta sobre jóvenes sacerdotes que gritan a extraños y juegan a vestirse, a diferencia de los sabios, viejos, compasivos (y liberales) monseñores. Su Santidad ha interpretado variaciones de la canción Imagine de John Lennon: “Somos abuelos llamados a soñar y a dar nuestro sueño a la juventud de hoy: ellos lo necesitan”. Tal vez sí, pero la juventud no parece quererlo.
Tal como te dirá cualquier joven progresista o viejo tradicional, la edad no dicta si uno prefiere el dogma o la libertad, ritual o casualidad. No obstante a lo largo de gran parte del mundo católico, los jóvenes tradicionales están compitiendo contra los viejos progresistas. Las ironías abundan, mientras los jóvenes, quienes reverencian lo venerable, se enfrentan a los mayores que buscan la puesta al día, y a los progresistas que temen la futura batalla con los tradicionalistas quienes detestan a sus antecesores inmediatos. Cualquiera que dude de la realidad del conflicto debería visitar un monasterio o convento, donde los monásticos jóvenes serán casi invariablemente más tradicionales que sus mayores. En Francia, en un lapso de 20 años una mayoría de sacerdotes celebrarán en exclusiva la misa tradicional en latín. A donde quiera que uno voltee, los chicos están por el rito antiguo.

Pocos han hablado de manera elocuente sobre los cambios que está padeciendo la Iglesia como el p. René Dinklo, provincial de los Dominicos holandeses y único miembro de su orden proveniente de la Generación X. Uno de los recuerdos más recientes del p. Dinklo es un confesionario repleto de tambores utilizados por el coro de jóvenes. En la época en que se unió a la orden a principios de los años 90, el dominico holandés había descartado sus oraciones tradicionales, y había llegado a creer que la orden se transformaría en una asamblea de laicos. Tenía razón en pensar que él sería el último sacerdote en una provincia que había existido por 500 años.
Entonces la provincia comenzó a tener vocaciones. Los jóvenes dominicos holandeses estaban ansiosos por reconstituir las formas de vida y oración que sus mayores habían desmantelado. “Estamos al borde de cambios de gran alcance”, el padre Dinklo hizo la observación durante un discurso el año pasado. “En esta situación pueden surgir tensiones entre generaciones”. Los miembros jóvenes quieren vestir el hábito y “redescubrir un número de prácticas religiosas, rituales, formas de canto y oración de la tradición a la que los mayores habían hecho a un lado”. A fin de evitar un conflicto generacional, estos jóvenes están siendo establecidos en una nueva casa.
En un discurso en 2010, el Arzobispo Augustine DiNoia describió las experiencias de estos jóvenes tradicionales. “Siento que estos veinte y treinta y tantos han sido radicalizados por su experiencia… de una manera en que nosotros no lo fuimos”. Después de “Dios sabe qué tipos de experiencias personales y sociales”, han llegado a conocer un “caos moral, personal y socialmente, y no quieren parte de este”. Un sentido de estrecho escape guía sus vocaciones. “Es como si hubieran ido al borde del abismo y regresado”.
La generación de DiNoia buscó unir la Iglesia y el mundo, pero los jóvenes sacerdotes creen que ambos finalmente se oponen. “Puede ser difícil para nosotros comprender, pero esta gente joven no comparte el optimismo cultural que muchos de nosotros aprendimos a dar por hecho en el periodo post conciliar”. Lamentan la “propia secularización interna de la Iglesia”, particularmente “el desencanto de la liturgia”. Esto explica su entusiasmo por el misal de 1962. DiNoia está ansioso por los sacerdotes de su generación. A pesar de expresarse abiertos al futuro, “no tengo certeza de que… estemos preparados del todo para el tipo de rechazo radical a la cultura envolvente por un lado, y, por el otro, el compromiso radical con la alternativa forma de vida católico-dominica que reconocemos en los jóvenes”.

Muchos católicos jóvenes sienten que les ha sido negada una herencia que justo era suya. Han tenido que reensamblar algo que se les debió haber entregado intacto. Un académico inglés me contó recientemente de su intento por obtener una copia del Dictionnaire de théologie catholique, un libro de referencia que iba desde la autoridad impecable al liber prohibitus en la época del Concilio. El académico contactó a un belga que ayudó a disminuir el inventario de las librerías de casas religiosas. Este belga fundó una comunidad franciscana que estaba dispuesta a vender su lote – pero tomó un camino diferente en el último momento. Los monjes decidieron quemar los libros, “para evitar que cayeran en manos de los tradicionalistas”.
¿Quiénes son estos aterradores jóvenes tradicionales? Entre en alguna capilla silenciosa de Nueva York y encontrará la repuesta. Ahí, cada domingo muy temprano por la mañana, jóvenes devotos se reúnen en secreto. Están divididos por sexo: mujeres a la izquierda, hombres a la derecha. Vistiendo mezclilla y sandalias, con la ocasional perforación nasal, podría tratarse de un grupo de holgazanes en cualquier acera del Centro de la ciudad. Pero han llegado aquí con un propósito. Cuando suena la campana, se levantan al mismo tiempo. Un sacerdote encapuchado se acerca al altar y comienza a decir la misa en latín. Durante la comunión, se arrodillan sobre el suelo desnudo donde debería estar el comulgatorio.

En una ciudad donde se hace burla de la discreción y los vicios desfilan, el ambiente de reverencia es sobrecogedor. Estas misas comenzaron hace un año, cuando un joven sacerdote finalmente dio entrada a las demandas de los jóvenes devotos. Ellos querían la misa tradicional; él temía ofender a los colegas mayores que la aborrecen. Este conventículo secreto fue el compromiso. Anunciado de boca en boca entre los estudiantes y jóvenes profesionistas, ha ido creciendo lentamente.
Después del último Evangelio [secundum Ioannem], los devotos rompen su ayuno con café. Le pregunto a una cómo comenzó a venir aquí. “He asistido a misa por 24 años”, dice. “Aún asisto a las dos formas, pero cuando encontré la misa tradicional en latín sentí mayor reverencia. Fue como salirse de este mundo”. Sus maneras desarman, su vestido es contemporáneo y modesto. Cuando la conversación termina en una discusión de por qué Pío IX tenía razón en el caso Mortara[2], hago la reflexión de que ella es el tipo de persona que los católicos superficiales quisieran mantener como el futuro de la Iglesia – donde ella no estuviera tan atraída por su pasado.
Matthew Schmitz
Fuente: Catholic Herald
Traducción: Una Voce BAJA
Un capítulo de Una Voce México
Fotografías y Portada: Karilú Valdés
[1] Zanco Panco, Humpty Dumpty es un personaje en una rima infantil inglesa. De origen desconocido, su aparición más antigua es en Juvenile Amusements (1797) del compositor inglés Samuel Arnold. Es representado como un huevo antropomórfico o personificado. En algunas versiones se traduce al español como Zanco Panco.
El texto moderno más común es:
Humpty Dumpty sat on a wall,
Humpty Dumpty had a great fall.
All the king’s horses and all the king’s men
Couldn’t put Humpty together again.[1]
Humpty Dumpty se sentó en un muro,
Humpty Dumpty tuvo una gran caída.
Ni todos los caballos ni todos los hombres del Rey
pudieron a Humpty recomponer.
[2] En 1858, en Bolonia, Edgardo Mortara contaba seis años de edad cuando, en la noche del 23 de junio, un pelotón de soldados de la Guardia Pontificia irrumpió en el domicilio de sus padres, un matrimonio judío. Le buscaban a él, al pequeño Edgardo, para llevarlo a Roma, asumir su educación católica y afianzar así su tránsito a la fe verdadera.
El desconcierto de los Mortara fue mayúsculo, pero las primeras pesquisas revelaron lo ocurrido: el Santo Oficio había tenido noticia del rumor según el cual Edgardo había sido bautizado sin conocimiento de sus progenitores por una sirvienta católica, que quería salvarlo de los tormentos del infierno en caso de fallecer a causa de una dolencia. Ese bautismo in extremis, sucedido cinco años atrás con el agua de un jarrón, facultaba a la Santa Sede para “apartar” al pequeño de su entorno.
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